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UN SANTO Y LA VIRGEN DE LA ASUNCIÓN

“Vosotros la invocáis bajo el nombre de Nuestra Señora de la Asunción y la veneráis como Patrona de la Ciudad de Guatemala. Y ahora, recordando estas mismas palabras del Apocalipsis, me dispongo a poner una corona de oro sobre la cabeza de esta imagen de la Madre de Dios, en esta liturgia de la coronación, tan vinculada al quinto misterio glorioso del santo Rosario”. (Discurso de San Juan Pablo II, 6-2-1996)

Era la noche de un 6 de febrero de 1996 que ahora queda en el recuerdo. Aún recuerdo a mi madre que emocionada junto a mi abuela llegamos a la calle Mariscal Cruz “carrera y carrera”, con la esperanza de encontrar un lugar.

Ya lo habíamos visto llegar a su arribo al país de la eterna primavera, la segunda vez que teníamos la dicha de contar con su presencia en esta tierra orgullosamente Mariana, las alfombras anunciaban el camino por donde aquel hombre santo pasaría.

La mañana de ese 6 de febrero lo vimos convertirse en peregrino más, como tu, como nuestros padres, como nuestros abuelos, como nosotros, que al pie del Cristo Negro de Esquipulas elevo oraciones.

Pero mientras él, elevaba oraciones cumpliendo aquel viejo adagio descrito por José Ernesto Monzón, “he venido de tierras lejanas” allá en la Perla de Oriente, aquí en la ciudad era todo algarabía.

Desde la zona 2 y de una forma extraordinaria, la patrona de la ciudad, la imagen de la Virgen de la Asunción, atravesó el Centro Histórico para así llegar a su trono edificado en el Campo Marte, porque ahí, tendría la bendición de que su Santidad, San Juan Pablo II la coronará.

Yo, aún pequeño, recuerdo aquellas alfombras en esa calle histórica, las vallas colocadas en las banquetas para resguardar el orden y las banderillas blancas y amarillas agitándose al viento esperando su llegada.

El presidente de la República en ese momento recién asumido en el cargo, Álvaro Arzú, decidió caminar esa calle y saludar a todos los presentes hasta llegar al lugar donde presenciaría aquel acto.

Pasaron las 5 de la tarde de ese 6 de febrero, y finalmente apareció en ese vehículo blanco, emocionado solo grite “¡¡Mamá, el papamóvil, el papamóvil!!”, y ante mi escasa estatura solo pude levantar la vista y observe aquel hombre vestido de blanco saludarme, mis ojos fueron testigos por primera vez de sentir la mirada de aquel servidor de Dios, tan lleno de paz.

En las afueras del campo escuchamos su mensaje:

“En esta Ciudad, llamada tradicionalmente La Nueva Guatemala de la Asunción, nos reunimos hoy para glorificar y bendecir a Dios que ha elevado al cielo y glorificado en cuerpo y alma a María, Madre suya y nuestra. Nos alegramos porque la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo y elevada al torno por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte.” (Discurso San Juan Pablo II 6-2-1996)

Luego, sus manos santas, tomaron aquella corona y en un acto de amor la elevo a lo alto para colocarla en la cien de aquella bella imagen.

Nuestros ojos se clavaron en la Virgen de la Asunción esa imagen que nos ha recordado la gloria que dio Dios a nuestra Madre Santísima.

“En este acto litúrgico de la coronación está contenida nuestra común fe en el reinado de Cristo, ruto de su muerte y resurrección. Éste es el significado de la corona que se colocará sobre la imagen de Nuestra Señora de la Asunción. Pero esta coronación interpela a cada uno de nosotros a ser también su propia corona, como exhortaba San Pablo a los primeros cristianos: Hermanos míos queridos y añorados, mi gozo y mi corona; manteneos así firmes en el Señor”. (Discurso San Juan Pablo II 6-2-1996)

Acto seguido, aquel santo dejó el Campo Marte rumbo a la nunciatura, mientras que la imagen ya coronada de nuestra señora colocada en el mueble procesional para que ahora iluminada por la luz artificial retornaría con toda alegría a su templo.

“¡Qué el gozo con el que María cantó el Magníficat esté en todos los corazones, en todos los hogares y en todos los pueblos de Guatemala!” (Discurso San Juan Pablo II 6-2-1996)

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